Mi Propósito

Y los sentí otra vez. Esa nariz, olorosa, que me huele de arriba abajo. El aire que exhala al oler es como una pequeña briza para mis extremidades. Luego vendría lo feo, pero ya a este punto estaba acostumbrado, de todos modos, me ayudaba a crecer más grande y fuerte. La lluvia amarilla. Día tras día se repetía, casi siempre a la misma hora y de la misma forma.

No es fácil ser una planta. Hay tiempos en los que me siento completamente abrumada con el calor, temporadas incluso. Cada año llego a un punto en el que no se si pueda volver a ser yo misma, pero luego viene la lluvia y toda mejora. Otros momentos en cambio, la lluvia es mi perdición. Me cubre todo el tallo y mis raíces no pueden absorber nada más que no sea agua. En definitiva, no es fácil, ¿pero sigo aquí no? Me suelo preguntar ¿por qué? Para qué me encuentro en este mundo que no hace más que utilizarme de distintas maneras. Los animales me utilizan de alimento, posada, lugar para dispersar sus desechos, y todo lo que necesiten. El suelo me utiliza para retener nutrientes, para mezclarlo, para obtener sombra y poder mantenerse húmedo. El aire incluso, me utiliza para transformarlo. Sin embargo, me siento sola. Todo me utiliza, pero nadie me acompaña. O eso pensé.

Llegó el día en que mis raíces fueron lo suficientemente largas y los escuché, mi compañía. Había más como yo. Y velaban por mí. Ellos eran los que guardaron un poco de agua para los tiempos secos y me ayudaron a sobrevivir. Los que me pasaban minerales cuando los diluvios estaban a punto de ahogarme. Los que hacían espacio en el suelo para que pueda crecer y expandirme. Toda esta ayuda de la que yo no tenía ni cuenta, me hizo cuestionarme. ¿Es por eso que estoy aquí? ¿Para ayudar a los demás?

Les envié esas preguntas a mis compañeros, pero ninguno me respondía. Quizá no podían entenderme, que me daba un poco de miedo, ya que era a los únicos que yo podía escuchar en realidad. Pero había otra opción, quizá no respondían porque tampoco sabían. Eso era aún más escalofriante ya que ni mis compañeros dándome vueltas y vueltas de años más, comprendían nuestro propósito.

Pasaron años, aprendí a no cuestionarme y solo existir. Día tras día, sentía la nariz de nuevo. Y me mojaban de nuevo. Absorbía nutrientes, el sol calentaba mis hojas y me alimentaba, mis compañeros me transmitían cosas. Pero luego llegó el día que cambió este sosiego, el día que sentí que moría. Sentí la muerte, pero no me estaba muriendo. sentí que me cortaban el tronco. Mi tronco estaba intacto, al igual que mis hojas, pero el de alguno de mis compañeros no. De uno a uno sentí como mis compañeros perecían, una parte de mi se extinguía, dejaba de estar completa.

Al día siguiente volví a sentir la nariz. También sentí un nido entre mis hojas. Sentí como alguien arrancaba una de mis espinas. Sentí como el mar reventaba sus holas en mi cuerpo. En ese momento entendí nuestro propósito. No era algo individual, era simplemente el ser.  El ser gaya.

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